Que nadie se llame a engaño, aunque Crimen y Parranda, la primera novela de Paco López, un nuevo título de Serie Gong, arranca en un instituto y el propio autor es profesor en uno de estos centros, no estamos ante una de esas intrigas con la enseñanza media como telón de fondo. En mayor o menor medida, dentro del apartado “juvenil”, estas piezas también tienen su hueco en esa eclosión que ha convertido el relato criminal en la narrativa social más representativa de nuestro tiempo. Pero Crimen y parranda sólo lo toca tangencialmente.

Por Javier Memba

 

Lugares imaginarios en una geografía real

El Colegio San Hilario, donde es asesinado brutalmente Guillermo Pérez Encinas -entre sus compañeros “Tintín”- se encuentra en Campolid. Es ésta una ciudad imaginaria, de una supuesta comunidad autónoma española llamada Pastilla y Peón. Hasta la fonética de los nombres de estos territorios míticos nos invita a ver en ellos un trasunto de Valladolid y de Castilla y León. Este juego, de trufar la realidad con elementos fingidos, será uno de los pilares de esta ficción que, aunque fantástica, tiene fuertes asideros en lo cierto y tangible, en las referencias a hechos, asuntos y lugares verdaderos, existentes.

Calendario revolucionario francés

En cuanto al tiempo, tampoco parece ser real. Los nombres de los meses son los del calendario revolucionario francés -pluvioso, germinal, ventoso-, y el cómputo de los años, en efecto, parece haberse iniciado en esa nueva calenda que arrancó con la revolución francesa, el 22 de septiembre de 1792 para ser exactos. Toda la historia aquí referida transcurre entre los años 219 y 233. Pero en ellos se hace referencia a sucesos como los graves atentados terroristas sufridos el 11 M en Madrid (2004). Se diría que estamos, pues en un mundo paralelo que interactúa con este.

El achilipú del Big Data

Dicho mundo imaginario es el de los asesinados convertidos en “apóstoles flamencos”, en “flam”. Como tantas víctimas de asesinatos que nos presenta la novela gótica tradicional, serían auténticas almas en pena si no tuvieran sus propios asideros a nuestra realidad en objetos tan cotidianos como los teléfonos inteligentes. Aquí el primer flam del que tenemos noticia, Tintín, tras morir vuelve a la vida convertido en una suerte de Golem que desprende una especie de “incienso picante”. Así, como a ese ser animado, propio del folclore centroeuropeo, surgido para vengar a los hebreos de las atrocidades cometidas con ellos, nos describe Paco López a Tintín tras el achilipú (la transformación). En efecto, el título de este antiguo éxito de Dolores Vargas, La Terremoto -destacada intérprete de flamenco y rumba catalana en los años 60- sirve al novelista para dar nombre al proceso mediante el que los asesinados de sus páginas vuelven a la vida. En el caso de Tintín, el primero de todos ellos, el prodigio existe merced al Big Data de su Huawei.

Narración polifónica

Es tanta la fuerza que desprenden las narraciones focalizadas por un muerto -cabe recordar El crepúsculo de los dioses (1950), la célebre película de Billy Wilder- que, siendo ese el caso del primer capítulo de Crimen y parranda, nos creemos que Tintín -este Tintín totalmente ajeno al inmortal personaje de Hergé- va a ser quien nos conduzca a lo largo de todo el relato. No lo es.

En cierto sentido, Crimen y parranda también es una novela coral. Al menos no está contada por un solo narrador. Cada uno de sus protagonistas nos cuenta su parte de la historia mediante un procedimiento, verbigracia, Absalón Salazar, el inocente a quien se acusará del asesinato de Tintín. Absalón registra para el juez su relato de los hechos en grabaciones en tabletas y demás aparatos, que aún se antojan modernos, aunque ya son de uso común; House, el verdadero asesino, toma el hilo de la narración mediante los distintos asientos que conforman su diario. Y luego está Elmer Mendoza, el jefe de estudios de 2º de la ESO que cursaban Tintín y Absalón.

Crítica implícita

A veces, los gritos de angustia más desesperados también pueden encerrarse en los cuentos. Elmer, que puede entenderse como el primer narrador de la historia, aunque se nos descubre en el segundo capítulo, en las reflexiones que intercala en su crónica de los hechos, no faltan críticas, más o menos veladas, a un sistema educativo en que los interinos sustituyen a quienes están de baja por depresión. Su escepticismo respecto al alumnado es igualmente notorio.

A House tampoco le falta crítica en esos asientos de su diario mediante los que se comunica con nosotros. Llamado así porque renquea como el protagonista de la serie homónima, después de haber sido atropellado por una moto cuando no tenía más edad que quienes le han puesto el mote, lo ha ido perdiendo todo, hasta un primer empleo como conserje en otro centro educativo. Cuando le conocemos, su escepticismo ya se ha transformado en odio hacia los jóvenes cuyos mingitorios tiene que limpiar. Cuando se encuentra en ellos con Tintín, obedeciendo a un impulso irrefrenable, lo mata de un hachazo.

Pero en Crimen y parranda, los muertos resucitan. Es decir, regresan al mundo de los vivos convertidos en flamencos, una suerte de zombis -bastante más inteligentes que los también llamados caminantes– guiados por un afán de venganza antes que por un apetito voraz.

Eso en cuanto al crimen, la parranda podría entenderse como un apocalipsis flamenco, que, una vez vencido en la Tierra, buscará acomodo en Marte.