Agustina Bessa-Luís longevidad y talento
Tuve suerte y la mía fue una plegaria atendida, porque me encontré con estos dos libros de una escritora que apenas había oído nombrar y que si bien dejó una obra muy extensa, apenas fue traducida al castellano. Me sonaba el nombre de Agustina Bessa-Luís porque aparecía como guionista o como autora del libro original en alguna película de Manoel de Oliveira. Pero, engañado por la longevidad del director portugués (muerto en 2015 a los 106 años), suponía que se trataba de una escritora de principios del siglo XX o incluso del XIX. Pero Bessa-Luís nació en 1922, quince años después que Oliveira, y vivió apenas diez años menos que él (murió en 2019, a los 96 años). De modo que la escritora y el cineasta fueron contemporáneos y llegaron a colaborar en ocho películas (hay incluso una novena en la que ella figura como actriz). Fueron amigos (se conocían desde su juventud) y también se pelearon mucho, justamente por las adaptaciones de los textos. Bessa-Luís decía que Oliveira era demasiado testarudo, aunque ella no lo era menos, como lo confiesa en la deliciosa entrevista que acompaña a la edición en DVD de , estrenada en 1993.
Pero yo nada sabía de todo esto si no fuera por que, acaso por casualidad, en el centenario del nacimiento de Bessa-Luís, dos editoriales con sede en España y la Argentina publicaron sendas novelas de ella. La sibila es de 1953 y fue la que la dio a conocer, Valle Abraham es de 1991, cuarenta años más tarde, cuando tenía casi setenta. Le pregunté a Alvaro Arroba, director de la colección Gong, cómo se había acercado a Bessa-Luís y me contestó que había participado de una entrevista que le hizo la revista Letras de cine en 2008, cuando El espejo mágico se estrenó en España (vale la pena leerla: es desopilante). Pero a esa altura, yo ya había leído las dos novelas y estaba fascinado con la mujer. Intentaré explicar por qué satisfizo mis expectativas de algo nuevo y grande.
Digamos previamente que otra señal me indicó que Bessa-Luís podía ser el escritor que estaba buscando. A modo de prefacio de Valle Abraham hay un texto de António Lobo Antunes, en el que cuenta que empezó a leer a Bessa Luís cuando él era joven y prácticamente toda la literatura que se publicaba en Portugal era de escritores afines al Partido Comunista, quienes se recomendaban entre sí (en la lista figura el futuro Nobel Saramago) y contaba «historias de obreros buenos y patrones malos». Aunque las leía disciplinadamente (como yo leí a Annie Arnoux hace unas semanas), no lograba que le interesaran. Fuera de la órbita del PC, dice Antunes (a quien, lo confieso, he intentado leer sin éxito), había un grupo de escritores filofascistas o afines a la dictadura de Salazar, que le interesaban aun menos. Y, de pronto, en medio de ese páramo llegó desde Porto esta mujer de desconocida con una escritura que parecía venida de ninguna parte aunque reconociera una deuda con Camilo Castelo Branco, famoso y prolífico autor portugués del siglo XIX.
Pero vayamos entrando en materia. La sibila es una saga que transcurre en el norte de Portugal, en lo que en algún momento Bessa-Luís llama la cultura galaico-portuguesa, atraviesa tres generaciones y tiene como protagonistas a una mujer de cada una de ellas. La primera es María, que se casa a fines del siglo XIX con Francisco Teixeira, un donjuán irresponsable al que amará locamente durante toda su vida. La segunda es Quina, la Sibila, centro de la novela, personaje enigmático que, sin tener un hombre al lado, reconstruye la casa familiar a partir de su tenacidad, hace dinero y se labra una ambigua reputación de adivina. La tercera es Germa, la sobrina de Quina, que sale de ese mundo para volver cuando muere Quina. El prólogo de Mónica Baldaque nos advierte que Germa es en realidad la autora y Quina su tía Amelia, hermana menor del padre. Decir que la novela es parcialmente autobiográfica es no decir nada, como acaso no sea nada tampoco la curiosa manera en que se desarrolla la trama narrativa. Durante unos dos tercios del libro, con el pasaje del empobrecido feudalismo rural de la región al mundo moderno como fondo, todo parece detenido, apenas pautado por matrimonios, amores y muertes centrados en el lento transcurrir de la vida de Quina desde su nacimiento en la insignificancia hasta su muerte en soledad y relativa opulencia. Distanciada de todo, Quina está inexplicablemente aferrada a su amor por Custódio, un chico al que tomó como criado y crió como un ahijado, y que se transformará en un bello y rubio deshecho humano, un ángel luciferino tonto, cruel, violento y marcado por el demonio de la destrucción. Pero en un momento, la novela arranca y da un giro decimonónico. Allí aparece un elemento de suspenso que acelera el tiempo narrativo: es el destino de la herencia de Quina, que se disputan sus hermanos, especialmente el padre de Germa y también el propio Custódio que quiere heredarlo todo. La incógnita solo se develará cuando se abra el testamento.
Esa rareza en la estructura parece indicar que Bessa-Luís no planificó La sibila sino que la fue escribiendo llevada por sus demonios interiores y hasta por sus dudas. La novela se interroga una y otra vez por el carácter de los personajes. A diferencia de la narración omnisciente, la suya los explora, cambia de perspectiva y formula hipótesis que no son definitivas, como si el sentido de la escritura no fuera dar cuenta de unas vidas sino preguntarse por su misterio, tratar de atravesar la barrera del conocimiento, de la psicología y del lenguaje. Hay un vacío en lo que escribe Bessa-Luís, un más allá al que aspiran el pensamiento y la emoción. «Ah, Quina, tan extraña, difícil, pero que no era posible recordar sin una nostalgia acongojante, ¿quién había sido?»
Buena lectora de Proust, al que nombra, es el discurrir de la mente lo que la escritura de Bessa-Luís transcribe, aunque no hable en primera persona. De allí van saliendo esas formulaciones que siempre están a un paso de la contradicción. Podríamos elegir decenas de pasajes como este: «Quina amaba el mundo, sus manifestaciones de poder, de grandeza y de superficiales oropeles; amaba, si no a la multitud a los que vencían, amaba la ostentación y la exterioridad. Admiraba todas las cosas favorecidas por el éxito; envidiaba todo cuanto le parecía auge de situación, de felicidad, de moda, clase o saber. Eso la condenó. Ese apego apasionado a lo momentáneo la mantuvo siempre al nivel de lo efímero. Crió alas son poder jamás volar».
Pero también como este otro, que mira al personaje desde otro lugar: «Poseía en alto grado la facultad de amar más allá de toda comprensión. Amaba en toda la gente, no la capacidad de volverse mejores, eso sería banal, sino lo que en todos había de aspiración impotente, de voz que se extingue sin expresarse, de originalidad que no se eleva, pero que llena la vida de un color caliente que no existe en los mármoles griegos, ni en la monotonía de la perfección». En ese párrafo hay algo que excede largamente la descripción de la tía de Germa, de su propia tía y es más bien una definición de la concepción del arte y de la literatura de Bessa-Luís. Ese rechazo de lo académico, de lo perfecto, hasta de lo elegante («la nobleza, sea de un pueblo, sea de un individuo, degenera cuando cede paso a la elegancia»), esa intuición de lo no dicho, de lo que no llega a manifestarse, de lo que queda trunco y a mitad de camino pero tiene «ese color caliente», es lo que hace apasionante la lectura.
En algún momento dice también Bessa-Luís de Quina: «En aquella noche extraña que Germa iba a vivir, una parte de la cortina que encubría había de apartarse para que ella pudiese entrever el esplendor maravilloso que se desprende de un ser trivial y si genio, una mujer vanidosa y flaca, e incluso no muy inteligente, pero cuyo espíritu conseguía a veces superar su propia capacidad y ser poderoso y grande». Más allá de la mezcla de admiración y enojo con su tía que recorre toda la novela, Bessa-Luís esté hablando también de sus propias dificultades para construirse como escritora, de acercarse a un absoluto partiendo desde la inferioridad de su condición social como mujer.
Hay un feminismo curioso aqui, un feminismo a contracorriente, al mismo tiempo conservador que radical, que no reclama la igualdad sino el derecho a la diferencia y a la libertad (en particular, a la libertad de la escritura) que se deriva de la ambición por trascender las convenciones de su época, un propósito que está vedado a los hombres, que siempre detentan el saber que les permite dominar sin poder apartarse del fantasma de una mediocridad autoimpuesta. Las mujeres, parece pensar Bessa-Luís, nacen inferiores pero tienen un don secreto para levantarse como Icaro y señalar un sentido que la humanidad, regida por el principio masculino, no puede comprender. De la intuición de ese ambiguo don y del fracaso de llevarlo a un buen destino se ocupa Valle Abraham.
La Emma de Flaubert se llama ahora Ema y Charles Bovary es Carlos Paiva. Ella supo ser una chica «tímida aunque insolente» que se convirtió en una mujer hermosísima aunque renga por una enfermedad que tuvo a los cinco años (polio, probablemente), que se casa sin muchas convicciones con un médico y se aburre de la vida pequeñoburguesa del marido y de sus hijas cortas de entendimiento, se busca un amante rico al que conoce en un baile, tiene algunas otras historias, además de un amigo intelectual y otro que frecuenta el gran mundo. En cambio, no tiene amigas (como Quina, Ema desprecia a todas las mujeres y apenas soporta a los hombres). Solo una rival, la escritora María Semblano, a quien Carlos le corrige la ortografía, un personaje que viene a ser algo así como el farmacéutico Hommais de Flaubert: la representación de la mediocridad que aspira a dar el tono de la época.
Hay diferencias y similitudes entre Ema y la Bovary original, en particular porque Ema ha leído el libro de Flaubert. Y también sus contemporáneos, que la bautizan como La Bovarita por un comportamiento, más exhibicionista que libertino, aun antes de que haga nada prohibido. Pero Ema tiene una opinión muy cortante sobre el modelo original: «Nunca comprendí por qué me llaman la Bovarita y ya leí el libro dos veces. Solo aprendí que no debemos tener amigos en la farmacia». La broma incluye ciertas ganas que tiene Bessa-Luís de impugnar a Flaubert, a quien acusa de haber creado un personaje que es en el fondo masculino. «Mientras que Emma Bovary no tenía ningún sentido del humor» y era en realidad «un hombre desanimado de su virilidad que se refugia en el travesti», Ema Paiva es «una mujer espectáculo». Bessa-Luís hace todo lo posible por entender a Ema, y hasta se aleja de ella para tomar distancia, como si se le escapara. El libro interpreta y reinterpreta continuamente la conducta de Ema, que es algo bien distinto de la mujer de un medico de provincia en el siglo XIX. La diferencia tiene que ver también con el título, un lugar del Duero en el que alguna vez se instaló una comunidad de judíos renegados, cuyos descendientes vivieron aislados de la capital, en un clima de tolerancia armonizado por una variante muy poco puritana de la religión católica.
Pero Ema es también una mujer que se crió en un lugar en el que se oían todavía los ecos de la grandeza de un mundo antiguo, en el que una mujer todavía tenía posibilidades si era lo suficientemente fuerte. Pero ese lugar añejo, a medias resistente, se transformó muy rápido en el Portugal posterior a la Revolución de los Claveles de 1974, por el que Bessa-Luís profesa la aversión que le produce una modernidad sin drama y sin gloria. Un mundo al que Carlos, infame como médico, puede adaptarse porque se convierte en funcionario de la medicina burocratizada. Ese mundo que cambió a tal punto que la nostalgia por el Valle Abraham se va desvaneciendo a medida en que las viejas casas se deterioran y se venden, a medida en que la burguesía de cuna es reemplazada por la burguesía de partido, la falta de know how del comportamiento exitoso y su origen social no le permiten a Ema aspirar a la libertad para crear. Así, se siente cada vez más desilusionada: «Ella sabía que nunca llegaría a la felicidad vulgar y que cualquier otra le estaba negada porque no tenía suficiente deseo como para obtenerla.»
Valle Abrahames un libro en el que el ingenio de la autora no tiene freno y se va desplegando con una energía renovada en cada página. Ema siente en su persona todo lo que tiene el mundo de insatisfactorio y también de incomprensible. Bessa-Luís parece dudar: «Dirán los lectores que una mujer como Ema no existe. Yo diré que sí. La mujer, a los cinco años comprende lo que hay de exasperante y triste en la vida, en todos sus detalles.» Pero en esa convicción se afirma, así como en la de que Valle Abraham era la meta de Ema, «el lado del espejo en el que la realidad se desarticula para dejar solo el extraño candor de las nuevas esperanzas; el amor, la vocación de los espacios que no fueron aun creados, la libertad en la cual la pasión renuncia a lo que es humano».
En un momento, Bessa-Luís parece incluso discutir al mismo tiempo con la Biblia y con Lacan sobre la condición femenina: «¿Qué quiere decir ‘salida de la costilla de Adán’? Que ella es algo a medias real, que ha nacido de un significado incompleto, como un costado al que le faltaba una costilla. Su diferenciación queda como algo imaginario, como ‘cosas de mujer, como un organismo que absorbe a otro y lo expulsa por ser extraño: la maternidad simboliza ese falso portador en conexión con lo ausente, el vacío del mundo por donde se tiende el deseo.»
A medida en que nos acercamos al final de la novela, en la que Bessa-Luís le ahorra a su Ema el patetismo del suicidio y la deja morir en un accidente, la escritora se acerca a una síntesis de lo que bien podría llamarse una investigación cuyo punto de partida es la novela de Flaubert. «Ema nunca perdió esa evidencia arquetípica de pertenecer al pasado común de una raza en la que estuviese en cuestión la experiencia y no las proporciones del éxito personal. Eso hacía de ella una maldita.» Bessa-Luís termina así de construir su propia utopía personal que, como todo el resto, hace de ella la escritora que uno necesita.
Nota para futuros lectores. Hay al menos otras dos novelas de Bessa-Luís traducidas al castellano. Una es Fanny Owen, publicada hace algunos años por Grijalbo. La otra es Joya de famiia, que acaba de publicar Gong y es la primera parte de una trilogía. Pero esto último ocurrió solo en España. Esperamos la edición local.