La última novela de José Manuel Cruz, La orilla muerta retrata un día cualquiera en la vida de Toni, un camello de tres al cuarto que trata de sobrevivir en medio de una ciudad convertida en su propio purgatorio.

Por Ignacio Díaz Pérez

A veces no es necesario estar encerrado entre cuatro paredes para que se eche en falta el aire. Ni hacen falta prisiones para que uno pueda llegar a sentirse condenado a una existencia inútil o vacía, ni altos muros que impidan dejar atrás una vida que pesa como la losa de una tumba, que te aplasta y te empuja a cumplir un destino que parece escrito desde el inicio de los tiempos.

Toni el pasmao, el protagonista de La orilla muerta (Serie Gong, 2021), la última novela de José Manuel Cruz, se patea cada día la ciudad como si ésta fuera un purgatorio. Se siente asfixiado por sus callejones, sus garitos, su olor… Se siente atrapado por el barrio en el que nació y que por algún motivo no puede abandonar. Y al mismo tiempo sabe que lo necesita, que fuera de ese entorno que le abruma, para él no hay nada.

Siempre solos

La orilla muerta es la crónica de un día, de cualquier día, en la vida de Toni, un camello de tres al cuarto al servicio de Gabi el emperador, que se ganó su imperio tras acabar con la vida de Martín el calvo. La de Toni es una vida marcada por una pesada y rigurosa rutina. Desde que se levanta y acude a su encuentro con Gabi, hasta el final del día. Y vuelta a empezar.

En su deambular diario por las calles de esa urbe que percibe como un cementerio, se siente nómada en su propia ciudad, un espectro atemorizado, un muerto viviente, invisible, una sombra. «Todos los días son una batalla en la que no tenemos ni compañía ni hombro en el que apoyarnos. Siempre estamos solos, pero a pesar de ello tenemos que seguir viviendo», afirma el personaje.

Una atmósfera densa y gélida

José Manuel Cruz consigue crear una atmósfera densa y pesada, oscura y fría, prácticamente gélida, en la que el calor, cuando aparece, se percibe como una sensación extraña, casi ficticia.

A diferencia del Santiago Nasar de la Crónica de García Márquez, en la novela de José Manuel Cruz no es el lector quien conoce desde el principio lo que el destino depara al protagonista, sino que es el propio Toni quien se sabe dentro de un bucle infinito del que no puede escapar. «Si vives en la orilla muerta, tienes que aprender a resucitar todos los días», se dice.

Toni sigue las reglas de su negocio al pie de la letra. Frente a la moral, la supervivencia. Se considera parte de la cadena trófica y además sabe que no puede hacer otra cosa, condenado, como una marioneta, a vivir lo que los hilos del destino le marcan.

Los personajes

En su periplo diario, Toni se las ha de ver con clientes como el arquitecto Telmo Uriarte, el enfermo desahuciado don Roberto, don Ignacio, propietario de un bar y de algunos secretos, la rockera Sandra, Sofía la arqueóloga, o el pintor Salva Téllez. Pero también se cruza con otra gente que se dedica a su mismo negocio, como el capo Héctor Doria, que le disputa el territorio a Gabi el emperador, o Fran el largo, a quien Toni debe rendir pleitesía para que no interprete su presencia en la Sala Fly como un intento de hacerle la competencia en su propio feudo.

Del mismo modo, por las páginas de La orilla muerta desfilan otros personajes como Augusto, el hermano esquizofrénico del protagonista, la desinhibida Vanesa Robledo, Ágata, la prostituta que ha hecho de sí misma un personaje, o el sintecho Juan José, así como otros que no tienen nombre, como la mujer de la playa, el sacerdote, la psiquiatra de Augusto, la chica de la habitación 7 o la chica rubia del Black River a la que no le pegaba nada llamar farlopa a la cocaína.

El poder de las bestias

Pero, sobre todos ellos, sobrevuelan a lo largo de toda la novela dos personajes poderosos y temibles, despiadados y corruptos, como las propias entrañas de la urbe. Son la bestia oscura y la bestia de las alcantarillas, que también se disputan la hegemonía en la ciudad. Son tan reales, que condicionan hasta lo insospechado la vida de sus habitantes. De todos ellos. Y sin embargo, al mismo tiempo, son personajes fantásticos como dragones, psicodélicos, oníricos, soñados, temidos.

Toni no es dueño de su propia vida. Ni de sus actos ni de sus omisiones. Un perdedor condenado a seguir apostando a perder, habitante de «un mundo de mierda», que se desliza hacia abajo sin freno por el «tobogán de la devastación». Y, seguramente, su incurable pesimismo no esté exento de razón. De ahí el regusto agridulce que deja la novela, que, como la vida de Toni, cuando el lector la toma entre sus manos, pase lo que pase, no puede dejarla aparcada.