Dice Agapito Maestre que, a veces, unas obras completan entierran a un autor en lugar de celebrarle. Para el escritor y filósofo, este es el caso paradigmático de Marcelino Menéndez Pelayo, autor esencial en las letras españolas y cuya vastísima obra no se reconoce ni se lee como se merecería. Con propósito de enmienda, Maestre ha publicado «El gran heterodoxo» (Serie Gong editorial) un libro que pretende apartar la imagen de «tocho» que pesa sobre la producción de Menéndez Pelayo y corregir la imagen de «libro de consulta» con el que muchos siguen mirando la producción del santanderino. «No hay ni una sola página de su obra que sea baladí. Su creación tiene muchísima vigencia y es imposible no leerlo si quieres entender algo de la historia española. Sigue siendo quien crea las columnas de nuestra cultura», asegura el escritor.
La guerra y el franquismo
Menéndez Pelayo murió joven en 1912, pero eso no le evitó de «padecer» (a su obra, lógicamente) del convulso siglo XX español. «Entre su muerte y el 36 hay un larguísimo silencio –explica Maestre–. Pero tiene la desgracia de que nada más comenzar la Guerra Civil se publican sus obras completas y se lleva a cabo una manipulación por la ‘‘intelligentsia’’ del franquismo», señala sobre una apropiación de su pensamiento por parte de uno de los bandos de la contienda, a pesar de que buena parte del exilio también lee y celebra su obra, aunque «sotto voce». En realidad, como explica el filósofo, Menéndez Pelayo forma parte de la cultura de la Restauración española y de la generación del 68, y recibe el desprecio de las sucesivas hornadas de intelectuales españoles que no saben separar la crítica a la política de esos años de la validez de la obra de sus grandes exponentes. «La generación del 98 tiene prejuicios, al igual que la del 14 y por supuesto la del 27. Y de ahí viene la mala recepción de su obra. Se podría escribir una enciclopedia en torno a la falsedad, la ideología y los engaños que se han construido en torno a su figura. Pero hay una verdad que permanece. Juan Valera decía que, gracias Don Marcelino, nos conocemos los españoles», explica el autor sobre un apelativo familiar, el Don que utiliza en el libro, buscando deliberadamente reducir las distancias del lector con respecto a un trabajo monumental y abrumador, pero que para el escritor «es pura literatura. Es filosofía o historia escritas con una pluma que corre sobre el papel».
Una de las principales tesis del libro es que además de la imprescindible «Historia de los heterodoxos españoles» (que es la obra de un académico que casi parece un exponente de la contracultura «avant la lettre») o de «Historia de las ideas estéticas en España» es que Menéndez Pelayo es el gran crítico literario de nuestra historia. «Es, de hecho, el padre de la crítica literaria no entendida como trabajo filológico, que es como lo hacían sus discípulos, como Menéndez Pidal, sino como una creación artística», explica. «No solo eso: él fue quien se enfrentó a la ideología que la historiografía francesa construyó en torno a España y a nuestra historia. Es una suerte poder leer a Don Marcelino».