La novela de Agustina Bessa-Luís La Sibila, una de las grandes obras de la literatura portuguesa del siglo XX, retrata el alma cotidiana del Portugal rural del siglo pasado, una realidad no necesariamente trágica, pero sí dramática, en la que el tiempo avanza, pesado y duro como la vida en el campo, al compás del balanceo de una mecedora.

Agustina Bessa-Luís-la-sibila

Agustina Bessa-Luís-la-sibila

Por Ignacio Díaz Pérez

Agustina Bessa-Luís (Amarante, 1922-Oporto, 2019) retrata en La Sibila (Serie Gong y Athenaica, 2021) la vida de varias generaciones de una familia rural del norte de Portugal a lo largo de casi un siglo. Lo hace a través de un relato centrado en las mujeres de la saga, que se desenvuelven en un escenario, la casa de la Vessada, que representa lo esencial, lo único que permanece inalterable en todo este tiempo, y que va configurando el carácter de sus propios moradores.

La Sibila es una historia de mujeres fuertes, vulnerables, misteriosas, decididas por necesidad, resilientes, que se diría hoy, poderosas y empoderadas por la atávica obligación, reservada por leyes no escritas a las mujeres, de mantener a flote la hacienda familiar, mientras los hombres hacen todo lo posible por dilapidarla.

La novela está considerada una de las grandes obras de la literatura portuguesa del siglo XX. Agustina Bessa-Luís la escribió en 1953, con apenas treinta años. El universo que describe en sus páginas, inspirado por la propia realidad de la escritora (que cuatro años antes ya se había sumergido en él en su obra Mundo cerrado), no dista mucho de la realidad del mundo rural de la época, e incluso de hasta hace bien poco, a este lado de la frontera que nos separa del país de Pessoa y Camões.

El tempo del fado

Mientras uno se adentra en las páginas del libro, es fácil imaginar la cotidianidad de la casa de la Vessada en algún municipio de esa España profunda, no necesariamente trágica, aunque sí dramática, en la que el tiempo pesa, que no pasa.

Es un tiempo con una existencia densa, que lo hace casi visible por sí mismo y no únicamente por el efecto que causa en las personas o las cosas, como si de una nebulosa que se antoja asfixiante se tratara.

El de La Sibila, cuyo título hace referencia a aquella profetisa de la mitología grecorromana capaz de predecir el futuro, es un tiempo a compás de fado, pausado y profundo, doliente y misterioso. Se mueve entre lo real y lo mítico, al ritmo acompasado de una mecedora y de los tranvías de Oporto, donde fue escrita la novela, que circulaban de Miragaia a Foz en paralelo al Duero, y que es la ciudad en la que, de algún modo, se desvanece la historia de la familia Teixeira.

Lenguaje cinematográfico

Hay mucho cine en la novela de Agustina Bessa-Luís, colaboradora habitual del cineasta, probablemente, más importante de Portugal, Manoel de Oliveira, que incluso llevó al cine varias de sus obras.

Esta presencia se percibe de manera muy especial en el tratamiento del espacio y del tiempo como personajes del relato. Un tiempo que parece detenido, pero que avanza inexorablemente, casi sin darnos cuenta, del plano general al detalle. Un tiempo en el que parece que no ocurre nada destacable, pero que a su paso va transformando de manera irremediable la vida de los protagonistas de la historia.

Bessa-Luís cuenta la vida de la Sibila, Quina, un alter ego de su tía Amalia según el prólogo de Mónica Baldaque, hija de la escritora, a través de una especie de plano secuencia, en el que la historia se describe, más que se narra, y en la que apenas hay diálogos.

«El mismo sembrado, el mismo encinar»

Los personajes van surgiendo y llevándose el relato hacia su plano, que se se aleja y se acerca continuamente, sin abandonar nunca lo que permanece: el hogar que ha sido de la familia desde hace generaciones. «El mismo sembrado, el mismo encinar».

La historia comienza tras la reconstrucción de la casa de la Vessada, destruida en 1870 por un incendio y concluye con el abandono de la finca y de la vivienda, tras la muerte de su última moradora, Quina.

Quina es hija de María da Encarnação y Francisco Teixeira, casados a escondidas. El matrimonio tuvo cinco hijos, de los que dos fueron mujeres (Quina y Estina), y tres hombres: Abilio, que murió siendo un adolescente, João y Abel, el padre de Germa.

Conforme avanza el relato van apareciendo muchos más personajes, como Isidra, amante de Francisco Teixeira y a la que le acompañará de por vida la sospecha de haber quemado la casa, o Narcisa Soqueira, la vecina de la finca de la Vessada, o Elisa Aida, condesa de Monteros, José do Tellado, amigo de correrías de Francisco Teixeira, el tío José de Oporto y sus cuatro hijas, Luís Romão, el maestro, que cortejó a Quina hasta que un día dejó de hacerlo, o Custódio, bastardo, huérfano y retrasado al que Quina da cobijo hasta el día de su muerte y aun después.

Sus historias se entremezclan formando una compleja telaraña de relaciones, en la que el matrimonio se concibe como la unión de dos patrimonios, los casamientos se celebran para sacar a uno de los contrayentes de la pobreza y el amor… el amor, simplemente, no existe.

Carácter biográfico de la novela

La propia Agustina Bessa-Luís, igual que Germa, el personaje que la encarna en la novela, se fue a vivir a Oporto en 1932, siendo aún una niña. Y «todo lo que se cuenta, está sacado de la vida de cada una de ellas [Quina y Germa, la tía Amalia y Agustina] como si fuese un registro biográfico, sin sentimientos benevolentes ni reservas», escribe Mónica Baldaque, hija de Agustina Bessa-Luís, que resalta el carácter biográfico de la novela. Realidad o ficción, La Sibila es literatura con mayúsculas.