Pleno desfase: Sexo, drogas y bossa nova.

La primera novela de Óscar García-Pelayo entronca con un género cultivado desde los orígenes mismos de la literatura: el que utiliza la prostitución como inspiración y como contexto. Pero en su caso nada es lo que parece.
Por Ignacio Díaz Pérez

 

El inevitable magnetismo de lo prohibido, el misterio que envuelve la falsa ilusión de la felicidad, la crudeza del sexo de pago. Pleno desfase, primera novela de Óscar García-Pelayo, es una historia de putas, puteros, chulos, policías corruptos y agentes de viajes, en la que la prostitución es mucho más que el contexto para un relato.

Pleno desfase se enmarca, por temática, en un género literario cultivado por autores como Truman Capote (Desayuno en Tiffany’s), los premios Nobel Gabriel García Márquez (Memoria de mis putas tristes) y Mario Vargas Llosa (Pantaleón y las visitadoras), además del español Juan Marsé (Canciones de amor en Lolita’s Club), entre otros muchos. Todos ellos, autores del siglo XX, pero podríamos remontarnos también a Fernando de Rojas (La Celestina), Geoffrey Chaucer (Los cuentos de Canterbury) o Boccaccio (Decamerón).

La lujuria como remedio al sufrimiento

En Pleno desfase todo parte de un acontecimiento traumático, como es la muerte en accidente de tráfico de los padres del protagonista, Carlos. Éste construye «un mundo de lujuria que amortigüe su sufrimiento», según sus propias palabras. El remedio a su mal lo encuentra en la prostitución, primero como usuario habitual y posteriormente como empresario, de la mano de su amigo Rubén, al que llama hermano ante la ausencia de su hermano de sangre, Sergio, que trata de huir de la tragedia familiar escondiéndose en una vida nueva en el sudeste asiático.

A partir de ahí, Carlos se sumerge en una violenta espiral de sexo y drogas que no parece tener fin y cuyo desenlace sorprenderá al lector. En su deambular, con frecuencia errático, como el de cualquiera que camina por la vida aprendiendo el oficio de vivir, se ve obligado a enfrentarse continuamente con sus propios miedos y sus propias frustraciones.

Tiene miedo a enamorarse pero también a perder lo que no tiene. Y termina por enamorarse de dos mujeres: Patricia, una prostituta brasileña que trabaja en su negocio, y Fátima, una enfermera española que conoció en una discoteca. No se parecen en nada. Entre ellas media un abismo, aunque es consciente de que la suma de las virtudes de las dos constituye su ideal platónico de mujer. Y, sin embargo, a ambas las pierde por su miedo a abrirse y por no decidirse a iniciar con ninguna de ellas la relación que en el fondo le gustaría tener.

Alucinaciones y delirios

Entre sus miedos, también aparece lo sobrenatural. Voces y sonidos que sólo él es capaz de percibir, y que cuando está sereno atribuye a las alucinaciones y delirios propios del consumo sin medida de cocaína, y cuando no, a cierto poder de relación con el más allá. Así, es capaz de oír a sus padres, que le hablan después de fallecidos por medio de un sueño recurrente, y a su hermano Sergio, que sabe que se encuentra a miles de kilómetros. Aunque en ocasiones también oye otras voces que no es capaz de reconocer.

En el fondo, el protagonista de la novela vive atrapado en medio de realidades paralelas, entre el delirio y el dolor, donde el deseo, la lujuria y las drogas son el camino por el que se mueve para pasar de un mundo a otro.

Óscar García-Pelayo ofrece una prosa directa y descarnada, plagada de frases cortas y prácticamente vacía de adjetivos, que recuerda, también por temática, a algunos de los libros de Charles Bukowski. La novela se lee de un tirón. También los capítulos son breves e invitan a seguir leyendo.

En pleno debate social (o más bien político) sobre su abolición, no existen en la novela juicios ni prejuicios respecto al uso que los personajes hacen de la prostitución, ya sean los que viven de ella o sus usuarios. Más se cuestiona la mentira, por ejemplo. Aunque tampoco es que se haga apología de aquélla, quede claro. Únicamente sirve como vehículo perfecto para el relato de los anhelos y las frustraciones del protagonista.

Es un relato sin moralina, con acción trepidante en algunos momentos y un final inesperado y sorprendente, en el que los aparentes flecos que ha ido dejando el autor a lo largo de las páginas del libro adquieren de repente todo su significado.

Algunas reflexiones de Pleno desfase:

  • «Un mundo de lujuria que amortigüe mi sufrimiento»
  • «En la definición de romanticismo no sólo existen los príncipes y las princesas, también los chulos y las putas»
  • «No es fácil acabar con lo que más deseo: lo prohibido»
  • «¿Por qué dependo de todo aquello que no soy capaz de dominar?»
  • «La parte de mí que odia a Patricia es la que genera el cariño hacia Fátima, la parte que la ama sella mi corazón, impidiendo entregárselo a otra mujer: La mezcla de las dos sería mi mujer ideal»
  • «¿Puede existir el amor sin que exista la persona amada?»
  • «Morir para volver a nacer»