Qué soñaste la última vez que soñaste posee ritmo, corazón y mundos oníricos. Si no fuera porque la concreción que requiere un menor paginado implica una técnica totalmente diferente, sería una perogrullada suprema apuntar que la novela y el cuento -o por mejor decir, la narración breve-, se diferencian por su extensión. El quid de esta cuestión suele cifrarse en la sorpresa final, la moraleja, el giro de la trama en el último momento… En fin, son tantos los asuntos -y tan dispares entre sí- en torno a ese componente narrativo consustancial al relato corto, que casi podría decirse que es algo impreciso, un tono no esperado. Pero no hay duda de que Cristian Vázquez lo posee y lo maneja con sumo talento en ¿Qué soñaste la última vez que soñaste?

Por Javier Memba

 

Universos ajenos

Crítico literario en publicaciones del prestigio de Letras Libres, este nuevo autor de Serie Gong maneja con perfección todos los recursos narrativos. Con anterioridad había dado a la estampa las novelas Támesis (2007) y El lugar de lo vivido (2018) e incluso una colección de cuentos: Partidas (2012). En estos que presenta ahora, nos guarda esa sorpresa inherente al relato breve, tras el punto final de cada una de sus piezas. Cuando al pensar en lo que acabamos de leer, advertimos que se aludía a mucho más que lo que se nos ha contado. Es un procedimiento semejante a ese mediante el cual, en un minúsculo átomo es verificable la grandeza de todo el universo. Ése es, precisamente, el juego que nos proponen estas páginas de Cristián Vázquez: descubrir a través de una mirada fugaz y furtiva un universo ajeno.

 

Lo que será o ya ha sido

Para procurarnos esa predisposición a lo maravilloso que requiere la lectura del cuento, tan diferente a la que nos lleva a la novela, siempre más apegada a lo tangible y que perfectamente puede sustituir esa sorpresa final por una tesis, Vázquez no precisa transportarnos a ningún espacio mítico. Para ese sublime misterio, consustancial al relato breve, le basta con dejarnos con Andrés, el protagonista de la pieza que da título al conjunto, “un adolescente de ojos rasgados” y la confusión propia de la edad, subido al borde del puente del general Manuel Belgrano, uno de los prodigios de la ingeniería de Corrientes. Somos nosotros quienes debemos calcular por nuestra cuenta, si se arrojará o no a las aguas del Paraná y cuál será su motivo para precipitarse al vacío, tras haber pasado las últimas horas viajando junto a Camila.

 

El encanto del cuento triste

Casi tanto como la fantasía, la tristeza conforma uno de los subgéneros prominentes del cuento. A buen seguro que Cristian Vázquez ha leído al Faulkner de Miss Zilphia Gant o Una rosa para Emily, y, por supuesto, al Leopoldo Lugones de Yzur, tres cumbres del cuento apenado. Sí señor, en el cuento triste hay algo de ese sublime pesar, de esa melancolía que parece estar en armonía con la paz eterna del universo. Cómo no aplaudir ese poso de pena final que nos deja Nada se queda en su lugar, la última de las propuestas. Aquí, tras tener noticia de dos amigos -Alan y El Cabe- que esperan a una amiga común -Viviana-, mientras hablan de asuntos mucho menos irrelevantes de lo que parecen -el envejecimiento de algunas zonas erógenas del cuerpo femenino-, tras leer que al final todo acaba por caerse, se nos descubre que han quedado para repartirse las cosas de Thiago -otro compañero para ellos, un amor para ella-, fallecido recientemente.

 

Onirismo

Es curioso cómo, sesenta años después del boom de la literatura americana, que al menos en lo que a España se refiere pivotó en gran medida en la fascinación que siempre ha ejercido sobre nosotros el español que se habla al otro lado del Atlántico, aún sigue haciendo gracia leer palabras como “quilombo” (jaleo) y algunas otras de las que emplea Vázquez. Pero eso sólo es la forma. Respecto al fondo, el onirismo que, en efecto, hay detrás de ¿Qué soñaste la última vez que soñaste?, es el de los cuerpos astrales del que nos habla Andrés, el que descubre cuando casualmente, ha tenido noticia de que varias personas que no se conocen entre sí, han soñado con él en fechas aún recientes.

 

Reflejos

Los moradores de estas páginas habitan en la Argentina y en la España postpandemia. Ya estemos en un autobús que nos lleva a Corrientes, ya en un bar de tapas de Barcelona, son gente que vive pendiente del móvil, de editar en él las instantáneas que toman esporádicamente y de subirlas a Instagram, de los smoothies y los frapuccinos, de los vales de descuentos en Burger King. Por lo que a ellos respecta, no tienen más imagen de sí mismos que el reflejo que les devuelven los espejos. Para el lector, descubrirlos puede ser tan sugerente como ese sueño con vampiros -como es sabido carentes de reflejo- en un mundo sin espejos. Es Andrés, el joven que no sabemos si acabará saltando al vacío recién llegado a Corrientes, quien nos habla de todo esto.